sábado, 25 de julio de 2009

el color de tu vida

el color de tu vida


Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, al que me gusta acudir de vez en cuando, el color es, entre otras muchas acepciones, la impresión que los rayos de luz reflejados por un cuerpo producen en el sensorio común por medio de la retina del ojo.

Aunque mi sensorio tiene poco de común, y esto no lo digo como una virtud, sino más bien como una peculiaridad, la explicación me cuadra. Percibo los colores a través del ojo y es mi cerebro el que se encarga de analizarlo.

Seguro que habéis oído hablar de la teoría del color, colores primarios, secundarios, círculo cromático, armonía de colores… Aunque todo esto parece muy alejado de la realidad, lo cierto es que el color está presente en nuestras vidas e impacta en el estado de ánimo. Pero no sólo el color en sí, también la circunstancia que lo rodea. Me explico.

Una combinación de naranja y gris podría resultar preciosa en un sofá, moderna en un bar tipo ikea y sorprendente en un cuadro de Miró. Pero una pegatina naranja sobre un fondo gris asfáltico es de todo menos bonita. Primero desata alarma, el corazón te empieza a latir más rápido, aparece el sofoco, te acercas a la pegatina, la comprobación, deseas por un momento que haya pasado por ahí David Copperfield haciendo desaparecer tu coche con su ilusionismo pero no, ha sido la grúa el artífice de la triquiñuela que de mágica tiene poco. Y empiezas a blasfemar. A ir contra el supuesto estado de derecho en el que vivimos, contra la policía local y su jefe, la excelentísima alcaldesa y con todo el que se cruce por delante.

Una vez desfogada y carente ya de insultos, empiezas a tranquilizarte, a pensar en cómo llegar a la cárcel de tu vehículo que, por cierto, está lejos de donde te hayas, tienes que dejar que pase la noche en calabozo y, al día siguiente, buscas algún alma piadosa que te acompañe en estos duros momentos pero la caridad no está de moda, has de ir sola.

Te mentalizas, por eso de ser positiva, mientras vas a retirarlo piensas que igual el chico que te lo entrega está potrancón, o es simpatiquísimo, que sufrimos un flechazo, hablamos, me pide el teléfono y quedamos a cenar (tanto ver comedia romántica tiene que salir por algún lado). Pero la realidad no es que supere la ficción, es que la estropea. El tipo es un chaval de lo más normal y cero simpatía. Claro, que el tugurio en el que está y un domingo... no es para derrochar buen humor. Me dice 70€ que me salen del alma a la vez que de la cartera pero al mirar el cartel de precios me consuelo pensando que mi pequeño coche mantiene la línea porque si se pasa de peso son 140€ lo que me hubieran sangrado. Y añade, “la multa te llegará a casa”. ¿Pero que clase de psicópata mentalista es? ¿No me puede dar un respiro? ¡Que acabo de soltar los setenta!

Con los papeles en mano, paso al garaje. Allí está el corsa esperándome. Me subo, lo arranco, me abren la puerta y dos en la carretera de nuevo. ¡Al fin libres!